Voy
a aprovechar la tranquilidad del vuelo nocturno de vuelta a casa para intentar
explicar lo que significa para un deportista amateur como yo, el haber vivido
posiblemente una de las experiencias deportivas más impresionantes a la que un
deportista de mi nivel puede llegar a vivir. Así que me dispongo a
intentar explicar en estas líneas como lo viví y todo lo que sentí el
pasado domingo dos de noviembre.
Para quien no lo sepa este sueño empezó hace ya más de cuatro años y después
de ya haber corrido mis primeras maratones, cuando se me ocurrió apuntarme por primer vez al sorteo que
hace la organización de la maratón para conseguir un dorsal. La verdad que sin
mucha esperanza sabiendo lo difícil que era que te tocara una plaza. Pero tenía
un as guardado debajo de la manga y era la posibilidad de obtener plaza
asegurada si participaba tres años en el sorteo y no me tocaba pues al cuarto
tenía dorsal asegurado. Pues como no me tocó por
sorteo en ninguno de los tres intentos a la cuarta tuve dorsal. Con la fortuna
que ésta era la última vez que se podría conseguir un
dorsal de esta manera.
Para mi el maratón
de Nueva York era la novena ocasión en la que me
enfrentaba a esta mítica distancia. Cuatro veces Madrid, una San Sebastián, una Roma y dos ocasiones en Berlín.
Precisamente en Berlín y hace un año es donde hasta la fecha hice mi mejor marca personal con 3h
23min. Para esta prueba me preparé a conciencia y
puse todo lo que estaba de mi parte para llegar a esta fecha en las mejores
condiciones posibles y tener la posibilidad de afrontar la prueba con las
mejores garantías. Para que esto se cumpliera conté con mi amigo Dani. Dani es posiblemente uno de los mejores
deportistas que conozco y como entrenador aún
mejor. Gracias a él y al equipo de Personal Running he llegado mejor que nunca a una
prueba de este tipo. Me atrevo a llamarle amigo porque se ha portado como tal.
Cuando decides tener un entrenador personal, al principio piensas que todo se
va a limitar a que te mande una planificación
con lo que tienes que hacer durante la semana y ya está. Pues con el señor Daniel Rodríguez esto no ha así, sino todo lo
contrario. Casi siempre nuestra comunicación
ha sido vía mail ya que últimamente no coincidíamos mucho en los
estrenos del equipo, pero esos mails han sido más
que un mail indicando entrenos, ritmos o tablas de ejercicios, han sido en
muchas ocasiones una fuente de innumerables y buenos consejos, de inspiración, de ánimos cuando las cosas no han salido como uno esperaba y sobre
todo de me sirvieron para aprender a entrenar y se un poco mejor deportista en
todos los sentidos. Por eso quiero darle las gracias a el por haberme ayudado
en esta primera parte de los objetivos que tenemos marcados.
La maratón
de Nueva York es como su ciudad, todo a lo grande. Y todo lo que rodea a su maratón está
a esa altura, ya sea en organización, en voluntarios, recorrido y con una ciudad literalmente
entregada que hacen que se viva la prueba de una forma especial. Llegamos a la
ciudad el viernes, a dos días de la carrera y con tiempo de sobra para adaptarnos al cambio
horario. Los nervios aparecen cuando vamos el sábado
y recoger el dorsal y ves el ambientazo que hay en la feria. Aquí tienes que ir con un presupuesto fijado porque sino sales de la
feria con media tienda y la tarjeta tiritando. Algo nos compramos pero supimos
controlarnos (un poquito). En la medida de lo posible intenté comer lo mejor posible los días
previos a la prueba y sobre todo descansar lo máximo
posible, pero cuando estás fuera de casa no siempre es fácil.
Lo peor, el vuelo que se hizo muy largo.
El día
de la prueba empezó
muy pronto, a eso de las cinco de la mañana ya que tenía que coger el autobús a las seis.
Tuvimos la mala suerte que nos tocó un día de mucho frío, pero mucho. La
temperatura en la salida era de 3 grados pero la sensación térmica provocada por el viento era de bajo cero. El viento, ése si que fue un problema tanto antes como durante la carrera. En
esas circunstancias tocaba correr vestido como si fuera pleno invierno. Y
llevarme toda la ropa posible para abrigarme en la salida. Cuando sales del
hotel ya te das cuenta donde estas y lo que vas hacer. Que vas a correr LA
MARATÓN DE NUEVA YORK. Ves como riadas de gente se dirigen hacia el
punto donde se coge el autobús, las caras serias y concentradas es la nota predominante.
Impresiona mucho levantar la cabeza mientras esperas al autobús y ver el edificio Crisler o Empire
State Building iluminado en la noche neoyorquina. El traslado fue muy rápido y a las seis y media de la mañana
o un poquito mas ya estábamos en la salida. Con tres horas por delante para la salida y un
frío de muerte. Me abrigue con mantas y algún plástico para llevarlo
lo mejor posible. Para resguardame del frío
y del viento me metí
entre dos furgonetas de la prensa. La cosa no era
mucho mejor pero al menos me libraba del fuerte viento. La zona de salida era
una pasada, había una zona donde podías tomar algo de
desayunar o tomar algo caliente. Además
teníamos baños de sobra para el apretón
de ultimo momento. Ojo que estás hablando de
50.000 almas. Como no tenía mucho que hacer y había desayunado, me
dirigí
a mi corral para ver si dentro de lo posible podría salir con los de delante. Mi salida era por debajo del puente de
Vezerrano, con mucho menos glamour que salir por la parte alta pero no se puede
pedir todo. Cuando se acercan los minutos previos a la salida los nervios ya
están a flor de piel, que si a ver cómo aguanta rodilla, que el isquio
no dé mucha guerra, que la tripa no haga de las suyas, en fin todas esas dudas
que nos pasan por la cabeza a todos los corredores y cuando empieza la carrera
se olvidan. Según nos llevan como ovejas a la salida empiezas a quitarte capas de
ropa que dejas a los lados de la carretera y que después se recoge para donar.
Pues ya estamos en la salida, con la fortuna
de estar en tercera línea y muy bien colocado para quitarme todo el mogollón. Lo peor de salir por la parte baja del puente es no haber
podido disfrutar del himno y de la canción
de Frank Sinatra New York New York.
Tres, dos, uno........ Y se escucha el cañonazo de salida. Todos a correr. Lo primero que pienso en las
primeras zancadas es que llevo la zapatilla derecha un poco floja y me da mucha
rabia porque mira que había tenido tiempo de apretarla bien. Pero lo tenía muy claro que no pararía
por este motivo ni un segundo. Según ganaba altura el
puente, el viento era un problema mayor, parecía
que iba arrancar el dorsal del pecho y en ocasiones parecía que incluso podría tirarte. En
alguna ocasión hizo que mis piernas tropezarán
una con la otra y a punto estuve de irme al suelo. Una vez pasado el puente de Verrazano (casi 3 kms) la cosa mejoró algo pero el
viento fue una constante durante toda la carrera y en especial en los puentes
donde la complicó muchísimo.
Los kilómetros
pasaban y mi ritmo era muy bueno, incluso por debajo de 4 min el km. Sé que era
un ritmo muy a alto para mí pero me encontraba fuerte, y estaba convencido que
podría correr a ese ritmo toda la carrera. Las sensaciones eran buenísimas y sin rastro de las molestias que había tenido en días pasados. Todo esto hizo que pasara el medio maratón en 1h 26min, lo que significaba hacer mejor marca en esa
distancia. Una pasada, ni me lo podía creer, vale que a
lo mejor esa primera parte era más favorable pero con
las condiciones del tiempo me parecía un sueño correr a esos ritmos. De hecho en ese punto estaba más que convencido que conseguiría bajar de las 3 horas o estar muy cerca de conseguirlo. También era consciente de que quedaba lo más
difícil y que no sería fácil.
A partir de kilómetro
26 se empezaron a torcer un poco las cosas, estaba claro que no iba a ser todo
un paseo de rosas. Todo empezó
con la cinta del pulso que se empezó a caer y en un intento de colocármela
esta se desengancho del todo. Por lo que no me quedo otra opción que quitármela y correr sin ella. Estaba claro que al igual que la
zapatilla no iba a perder un segundo en parar a ponérmelo.
Fue justo un poco después cuando ocurrió
la anécdota de la
carrera, no recuerdo en que iba pensando o que fue lo que ocurrió, el caso es que en una curva a la izquierda de noventa grados me
fui al suelo. Fue una buena caída y la verdad que
me pude hacer daño. Rodé
como una croqueta por el suelo e inmediatamente me
levanté sin consecuencias importantes salvo el golpe, sobre todo en los codos y
un amago de sobrecarga en el cuadricep de la pierna derecha. Unos minutos mas
tardes estaba olvidado.
La carrera se me empezó a hacer dura al cruzar el último
puento y enfilar la primera avenida de Manhattan. El viento soplaba de cara muy
fuerte. Debería ser ya el kilómetro 30 ó 31 y las piernas empezaban a fallar, los ritmos ya no
eran tan buenos y las sensaciones empeoraron bastante. Me hubiera gustado estar
más fresco en este tramo final pero en una maratón
es difícil a estas alturas de la carrera. Cuando enfilas las quinta
avenida justo antes de Central Park hay unos kilómetros
de subida durillos que parece que no acaban nunca y es aquí donde los problemas musculares son mayores. A esto se le añade una sensación de mareo que me
deja muy mal cuerpo. Aquí
es donde veo que me pasa el globo de 3h 10min. Es un
chasco pero se que queda muy poco y que aún puedo hacer una buena marca. El
paso por Central Park es muy duro ya que tiene continuas subidas y bajadas. Aquí en algún momento tengo que parar para ver si mis piernas espabilan y me
llevan a la meta. Los dos últimos kilómetros son una mezcla de sufrimiento y alegría que no soy capaz de describir aquí. Poco antes de llegar al tramo final tuve la suerte de poder ver Bárbara y Álvaro que con su barderita y con un pequeño cencerro no dejaban de animar y que te pone los pelos de punta verlos como comparten contigo esos momentos. Entrar desde Brodway Street a Central Park y recorrer esos últimos metros es algo que jamás
olvidaré
pero que en ese momento estaba deseando que pasaran
cuanto antes ya que no podía más.
Al final 3 horas 11 minutos, mejorando la
marca de Berlín justo un año antes en 12 minutos. Es para estar muy contento aunque siempre
te queda ese sabor agridulce de haberte visto muy cerca de conseguir las 3
horas. Seguramente me equivoqué con la estrategia de carrera y debía haber conservado mi saquito de fuerza al principio para no sufrir
tanto al final de la prueba peros de verdad que me veía
con fuerza y estaba convencido que podía
aguantar el ritmo hasta el final. Aún me queda mucho por aprender y de esta prueba he aprendido que "Nunca es demasiado despacio, nuca es demasiado cómodo" (Dani)
Sueño cumplido y muy feliz por haberlo hecho realizado. Normalmente después de una prueba de este tipo te queda una sensación de vacío que tarda en desaparecer. Pero en esta ocasión esta sensación no es mucha ya que el próximo objetivo en el horizonte no es menos importante y desde ya mismo lo empiezo a preparar.